El tercer hombre de la foto no levantó el puño ni era negro tampoco
publicat a Iniciativa Debate - 15/08/2016
Durante diez años olvidamos una gesta de
esas que jamás deberíamos olvidar. Lo recordó el año pasado el escritor
italiano Riccardo Gazzaniga (*) y hoy, en plenos Juegos Olímpicos de
Río de Janeiro 2016, es el momento de refrescar la memoria, no vaya a
ser que despertemos del letargo y no sepamos ni quiénes somos.
Se trata de la famosa foto tomada
durante el podio de los Juegos Olímpicos de México 1968 en las que
aparecen los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos
descalzos, con la cabeza agachada y el puño alzado envuelto en un guante
negro. Era el símbolo de los Panteras Negras y, por extensión, de la
opresión de la población negra de Estados Unidos, un gesto que jamás se
ha vuelto a repetir.
La imagen es uno de los grandes iconos
del siglo pasado y sus protagonistas fueron aquellos dos atletas negros
que protestaban con los primeros acordes del himno de Estados Unidos,
algo muy poco patriótico. Pero en el podio había un tercer personaje del
que nadie habló nunca, una especie de convidado de piedra que acabó
olvidado, incluso en su propio país. Es el atleta blanco que ni está
descalzo ni levanta el puño, el australiano Peter Norman, fallecido hace
diez años.
Como escribió Gazzaniga, ese tercer
hombre parece un intruso que estropea un icono que, sin él, resultaría
perfecto. Nunca nadie se interesó por su vida. Sin embargo, también
merece salir del olvido, y no sólo por aquella medalla obtenida en la
carrera de 200 metros lisos, que recorrió en 20:06 segundos, quedando en
segundo lugar detrás de Tommie Smith, que batió el récord del mundo con
19:78 segundos.
La velocidad es cosa de negros, como
casi todo el atletismo. Simplemente son superiores a los blancos: más
veloces, más fuertes y más potentes. En 1968 nadie apostó que alguien
como Norman se entrometería en una carrera de negros y lograría la
medalla de plata.
Tras la carrera, los dos negros que iban
a subir al podio se acercaron a Norman. Sabían que su país era tan
racista o más que Estados Unidos. En Australia no sólo existía la
segregación racial contra los negros sino también contra las poblaciones
aborígenes. ¿Sería Norman otro blanco racista? Le tantearon
preguntándole si creía en la igualdad de derechos. Les contestó que sí.
Entonces los estadounidenses le confesaron lo que tenían pensado llevar a
cabo en el podio.
“Creía que iba a ver miedo en sus ojos, pero lo que vi fue amor”, dijo John Carlos años después. “Estaré con vosotros”, les respondió el australiano con decisión.
Smith y Carlos habían pensado subir
descalzos al podio porque no sólo querían reivindicar una condición
racial sino la condición de clase de los negros en Estados Unidos, la de
quien no tiene nada: la del proletariado.
Falta un detalle que Norman les sugirió:
el guante negro, ese que le dio una fuerza definitiva al legendario
gesto de los atletas. No tenían más que un único par de guantes por lo
que inmediatamente antes de subir a la gloria desistieron, y fue ora vez
el australiano el que les dijo que se pusieran un guante cada uno. De
ahí que Smith levante el brazo derecho y Carlos el izquierdo.
En aquella época se había formado un movimiento de protesta que se llamaba “Proyecto Olímpico”
del que formaban parte numerosos atletas, que se identificaban por una
insignia. Como muestra la imagen, los tres portaban aquella insignia.
También muestra que Norman tiene a los
dos estadounidenses a su espaldas. No vio la escena y supo que habían
ejecutado el plan cuando el estadio enmudeció ante aquel gesto
reivindicativo y dejó de cantar el himno de las barras y estrellas.
Al día siguiente la foto fue la primera
plana en todos los diarios del mundo. Los 200 metros lisos, los Juegos
Olímpicos, las ceremonias… todo pasó a un segundo plano y se habló de
racismo, de segregación, de apartheid y de discriminación. Por un
momento, gracias a tres atletas, los oprimidos fueron los protagonistas.
A pesar de que, como todos sabemos, “el deporte no tiene nada que ver con la política”,
el imperialismo no podía tolerar aquello y tomó represalias. Los dos
velocistas negros fueron expulsados inmediatamente del equipo olímpico y
tuvieron que abandonar las instalaciones. Al llegar a su país fueron
amenazados de muerte en numerosas ocasiones.
También el australiano fue represaliado.
Tuvo que abandonar una prometedora carrera como atleta. En los
siguientes Juegos Olímpicos no le admitieron en la selección. Hubiera
podido convertirse en una de esas viejas glorias del deporte que todos
los países sacan a pasear para hinchar los pechos de patriotismo, pero
desapareció para siempre de la memoria del atletismo. Se convirtió en un
paria, un apestado, un traidor. Décadas después, cuando se celebraron
los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, el gobierno australiano invitó a
todos los medallistas olímpicos a los actos oficiales… excepto a uno:
Peter Norman. Australia es un país tan racista que incluso su propia
familia renegó de él. No encontró trabajo y cayó en el alcoholismo y una
profunda depresión en la que vivió sus últimos años.
Smith y Carlos, en el funeral de Norman
Se equivocarán Ustedes de lleno si
suponen que fue represaliado por aquel gesto épico, uno de esos actos
que alguien comete en la vida sin pensarlo y luego se arrepiente toda su
vida. En absoluto. Podía haber renegado de sí mismo y lamentar su
gesto. Se lo preguntaron mil veces a lo largo de su vida, en público y
en privado: ¿condenas el acto de Smith y Carlos?, ¿quieres disculparte?
Le hubieran devuelto la gloria que merecía si el deporte sólo fuera
deporte, pero su respuesta siempre fue la misma: lo volvería a hacer.
La frontera entre la gloria y el
ostracismo más oscuro es así de frágil: depende sólo de un pequeño
gesto, de un instante de debilidad, de una traición minúscula… Norman
demostró algo que el capitalismo no entiende: la dignidad no está venta y
si alguien se prostituye es para siempre. No hay medias tintas. El
australiano jamás traicionó a Smith y Carlos. El imperialismo nunca ha
podido disfrutar de ese placer porque se tropezó con un australiano
íntegro, el vivo espejo en el que todas las personas dignas deberían
mirarse cada mañana.
Con el tiempo la historia ha devuelto a
Smith y Carlos lo que les robaron durante tantos años. En California una
estatua recuerda su aportación a la lucha contra la segregación racial,
pero en el podio no está Norman. Nada ni nadie recuerda a Peter Norman,
el tercer hombre de la foto, que ni levantó el puño ni era de raza
negra. Aquel héroe murió hace 10 años en Melburne de una gangrena. Smith
y Carlos se desplazaron para llevar a hombros el féretro del atleta
suprimido de los anales del atletismo.
No seamos cómplices tampoco nosotros. No consintamos que la memoria de los héroes, como Peter Norman, se pierda en el olvido.
- no hem sabut trobar l'autor d'aquest article -
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